Valle del Jerte, un paisaje cultivado.

Valle del Jerte, un paisaje cultivado.

Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Panorámica otoñal.
Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Panorámica otoñal.

El Valle del Jerte, como casi toda Europa, ha sido intensamente modelado por la presencia humana. Siglos de actividad han unido de forma inseparable hombre y naturaleza y el paisaje actual sólo puede explicarse por la intervención conjunta de ambos.

La ocupación humana de la comarca es muy antigua, pero de las primeras y largas etapas prehistórica no hay apenas restos. Estos aparecen con las primeras culturas agrícolas y ganaderas, los autóctonos vetones en principio y los romanos después.

La explotación ganadera en las zonas más bajas y más altas creó muchos de los prados y pastizales que ahora conocemos, aunque en parte están en proceso de abandono y sustitución natural por matorrales. El resto del territorio, la franja media de las laderas, siempre mantuvo una vocación forestal, dominado durante siglos por extensos castañares. Sin embargo, allá por el siglo XVIII los castañares cayeron víctima de una implacable enfermedad: la tinta. Siguió después un periodo de incertidumbre, aliviado en el siglo XIX por la emergencia del cultivo del cerezo, una actividad que continuó en aumento hasta cobrar total protagonismo en el momento actual.

Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Panorámica primaveral
Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Panorámica primaveral.

El cerezo (Prunus avium) es un pequeño árbol de hoja caediza de singular belleza en todas las estaciones del año. Pasa el invierno desnudo de hojas, mostrando tan sólo su plomiza corteza. Con la llegada de la primavera acontece la primera explosión de color, millones de flores blancas se abren al unísono a mediados de marzo y principios de abril, pues las fechas varían entre años.

Rápidamente, las tiernas hojas cubrirán en pocas semanas todos los árboles, en un esperado regreso a la vida. Casi de inmediato, las diversas variedades de cerezas se suceden en su maduración, siendo recolectado el fruto sobre todo entre mayo y julio. Es interesante conocer sus nombres, tanto de las variedades sin rabo, las célebres y autóctonas picotas, como aquellas con rabo, que suelen ser más tempranas. Entre las picotas, tienen denominación de origen las variedades ambrunés, pico colorado, pico negro y las pico limón; mientras que sólo la navalinda tiene ese honor entre las cerezas con rabo. Tras la recolección, el final del verano muestra cerezos verde oscuro a la espera de que octubre y, sobre todo, noviembre nos obsequien con un nuevo espectáculo cromático: cerezos cubiertos de hojas rojas, naranjas y amarillas. No tan conocido como la floración, pero de similar belleza. Llegado diciembre, la desnudez vuelve de nuevo a cada cerezo.

Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Vista de la comarca en verano.
Valle del Jerte, un paisaje cultivado.
Vista de la comarca en verano.

A pesar del predominio del cerezo en el paisaje jerteño, pues se calcula que un millón y medio de cerezos crecen en tierras del Jerte, la agricultura local es variada. Entre robles y cerezos aparecen olivos, únicos árboles que mantienen su apagado follaje llegado el invierno. Cabe nombrar también otros frutales como higueras, ciruelos y, en menor medida, membrilleros, incluso hay naranjos y limoneros. Cultivos más modernos que diversifican aún más la producción del valle son las frambuesas y kiwis, entre otros. Sin olvidar la recolección de productos silvestres, tales como setas, zarzamoras y espárragos.

Los hongos, recolectados principalmente en castañares y robledales, en cantidad muy variable de acuerdo a la cantidad de lluvia de cada otoño, son muy apreciados. Tanto como fuente de recursos para la población local, como reclamo turístico. La variedad es enorme, destacando entre los comestibles los afamados boletos (Boletus edulis y aereus), la oronja (Amanita caesarea) o los rebozuelos (Chantarellus cybarius).

Laderas del Valle del Jerte. Un paisaje cultivado
Valle del Jerte, un paisaje cultivado.
Panorámica otoñal.

En cualquier caso, cultivar un valle de pronunciada pendiente no es nada sencillo. Con observar los innumerables bancales o terrazas es fácil hacerse una idea del colosal trabajo desarrollado durante siglos por los afanosos agricultores jerteños. La razón de tal esfuerzo es conseguir pequeñas superficie llanas que facilite el desarrollo y cuidado de los árboles. El mantenimiento a largo plazo del bancal exige su sujeción con muros de piedra, que dado el carácter lluvioso de la zona se rompen con facilidad y requieren reparaciones continuas. Ver y admirar estas terrazas es posible en cualquier paseo por el valle, siendo recomendable buscar zonas antiguas, con bancales artesanales y normalmente con grandes cerezos.

La creciente capacidad técnica, que alivia de los trabajos más pesados, también ha tenido su efecto negativo en el paisaje, pues los nuevos cultivos suelen carecer de bancales tradicionales construidos con piedras.

La unión tradicional hombre y naturaleza tiene como resultado un enriquecimiento de la biodiversidad. Los paisajes agrícolas necesitan de la actividad humana para mantenerse. El abandono del campo, tan frecuente en toda Europa, pero al que el Valle del Jerte se resiste, es fuente de pérdida de valor natural. Pero también la intensificación de la agricultura, con un mayor empleo de productos químicos, caso de los tóxicos herbicidas, tiene un efecto pernicioso en términos ambientales.

Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Paisaje invernal.
Valle del Jerte, un paisaje cultivado. Paisaje invernal.

En los cultivos leñosos jerteños, la presencia de flora y fauna es tanta como en ambientes plenamente espontáneos, y la cohorte de mamíferos y aves presentes es similar a la de los robledales. Incluso, llegado el invierno, son las parcelas y bancales de cerezos y olivos las que albergan mayor número de aves invernantes, con muchas especies destacadas, caso de pinzón real, lúgano, petirrojo, rabilargo, zorzal común y alirrojo, picogordo, etc. El caso del olivo es bien conocido, pues al producir frutos en invierno se convierte en despensa vital para la fauna jerteña.

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